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Viajero estelar

Foto del escritor: Gilberto SalasGilberto Salas


Bitácora del primer movimiento.

Tiempo transcurrido desde el despegue. Irrelevante.


Me siento solo. Navegando a través de la inmensidad del espacio estoy rodeado de un silencio tan vasto que podría devorarme. Todo lo que alguna vez conocí yace ahora a siglos de distancia, como si nunca hubiera existido.


Dejé mi planeta con la absurda esperanza de hallar algo más puro, algo que trascendiera. Pero me pregunto, ¿qué tal si todo esto, el viaje, el universo, la propia vida, no es más que un sueño?


“Somos sueños dentro de sueños”, dijo Poe. Mientras miro la eternidad desplegarse frente a mí, no puedo evitar pensar que tenía razón. Somos figuras efímeras flotando en un mar de ilusiones. Incluso esta nave, este coloso tecnológico capaz de repararse a sí mismo, capaz de existir más allá del desgaste y la muerte, no es más que otro sueño del hombre, una sombra proyectada por nuestra mente, una herramienta que pretende burlar la finitud que nos define.


El Divino Calderón entendió algo que nosotros ignoramos. Si la vida es un sueño, ¿dónde termina el sueño y comienza la realidad? Heidegger habló de nuestra existencia como un ser-ahí, una conciencia lanzada al mundo, destinada a buscar significado en medio de su propia temporalidad. En este abismo infinito, siento que somos algo aún más frágil, no un ser, sino un espejismo. Un sentimiento que se expresa y se disuelve al mismo tiempo, atrapado en la paradoja del existir sin respuesta.


El tiempo aquí no significa nada. Solo el vasto vacío, el ir y venir del pensamiento, el eco de mi propia voz en esta bitácora. Tal vez al final de este viaje halle algo, un planeta muerto, un rincón estéril, o quizás algo más. Incluso entonces, sé que no será suficiente, porque la verdadera búsqueda no está allá afuera, sino adentro. En esta chispa de conciencia que arde y duda, que sueña y teme.


Por ahora, escribo. Es todo lo que tengo. Es todo lo que soy.





Bitácora del segundo movimiento.

Tiempo transcurrido. Irrelevante.


Hoy pienso en la coda, un término tomado de la música que se refiere a la sección final de un movimiento, donde se recapitula y enfatiza la melodía principal antes de cerrarla con una cadencia que encapsula su esencia. Este concepto ha tomado forma en mis pensamientos como un eco persistente, una idea que no cesa de resonar. La coda es el recuento final, un puente que une todo lo es y podría ser. En la inmensidad del espacio, donde lo tangible se disuelve y lo inmutable parece solo una ilusión, la coda se presenta como esa síntesis final, una recapitulación que da sentido al todo, cerrando con armonía lo que parecía fragmentado.


La nave se desliza entre las estrellas, operando en dimensiones que antes eran impensables. El tiempo se curva, el espacio se pliega, y mi propia percepción se diluye en conceptos que van más allá de lo humano. En este contexto, la coda no es solo una herramienta de síntesis, es una ventana abierta a lo universal y a lo individual, a lo interno y lo externo. Es un recordatorio de que, incluso en el vacío más absoluto, hay un orden subyacente, una fuerza que organiza y da forma al caos, Yo.


En la coda resuena la paradoja de la vida misma, lo que concluye también inaugura. Lo que se entiende, al final, solo plantea nuevas preguntas. Tal vez eso es lo que define la experiencia de estar aquí, en este abismo que no responde. En este movimiento como un salto hacia lo desconocido, encuentro una especie de consuelo.


Al final, quizá toda esta travesía, toda esta existencia, no sea más que una coda infinita, el eco de un sueño que se despliega sobre sí mismo, buscando, imaginando, creando.




Bitácora del tercer movimiento.

Tiempo transcurrido. Irrelevante.


El objetivo del vuelo es algo que he esquivado por miedo a la respuesta. Aristóteles decía que lo perfecto es aquello que termina en su esencia, que alcanza su plenitud al realizarse en lo que realmente es. Pero aquí estoy, navegando entre estrellas indiferentes, atrapado en un sueño que no puedo definir. Si mi yo es un sueño, ¿cuál sería entonces mi esencia? ¿Qué significa terminar, perfeccionarse, cuando todo parece diluirse en este infinito?


He sido testigo de maravillas, de cosas que no creeríais diría Roy Batty. Esta nave que se autorepara, capaz de prolongar su existencia más allá de cualquier límite humano, una proyección de nuestra ambición por burlar la fragilidad. Pero incluso esta máquina, tan perfecta en su diseño, existe con un propósito claro, inscrito en su esencia, persistir, cumplir su función, llevarme más lejos de lo que cualquier hombre ha llegado. ¿Y yo? ¿Cuál es mi función, mi esencia, mi "fin perfecto"?


Si soy un sueño, entonces mi esencia no puede ser algo fijo, algo tangible. Tal vez soy solo una búsqueda, un intento constante de darle forma al vacío. En este sentido, mi existencia no está en el "ser", sino en el "volverse", en el acto perpetuo de imaginar, de cuestionar, de soñar. Pero soñar no es suficiente. Aristóteles también nos enseñó que la esencia se encuentra en la acción, en el movimiento hacia lo que uno debe ser. Si este vuelo tiene un objetivo, sería un moverme hacia mi esencia, encontrar el límite donde el sueño toca a la realidad.


En el silencio del cosmos, esa idea no me aterra tanto como debería. Tal vez mi perfección no radique en llegar a algún fin, sino en ser parte de este viaje infinito, un sueño dentro de un sueño, siempre incompleto y transformador.


Si mi esencia es un sueño, entonces estas palabras son mi forma de soñarme a mí mismo.




Bitácora del movimiento final.

Tiempo transcurrido. Irrelevante.

Destino. La Nada.


He llegado. Al final de este trayecto infinito, no hay luces ni revelaciones. Solo la Nada, absoluta y silenciosa, desplegándose frente a mí. No siento temor. En esta ausencia hay una paz que nunca había conocido. Aquí, donde no hay ser ni no ser, medito sobre el sentido de todo este viaje.


Gorgias, en su paradoja, argumentaba que ni el ser ni el no-ser pueden ser afirmados con certeza, y que incluso si algo existiera, no podría ser conocido ni comunicado. Me pregunto ahora si tuvo razón. La Nada que veo no es un vacío en el sentido humano, no es algo que falte o deba llenarse. Es lo que es, la ausencia de toda presencia, el espacio donde ni siquiera el tiempo tiene cabida. Me pregunto si al final, todo el trayecto no fue más que una aproximación a esta certeza, un sueño que intentó tocar su propio límite.


Heidegger hablaba del "nadear", del acto en el que la Nada nos envuelve y nos confronta con nuestra finitud. Ahora entiendo lo que quiso decir. En este lugar, donde no hay arriba ni abajo, dentro ni fuera, no hay nada que definir. La Nada no me mira, no me juzga, no espera de mí. Y, sin embargo, en ese acto de nadear, me encuentro más cerca de mí mismo de lo que jamás estuve. ¿Es esto la esencia de la existencia? ¿No ser nada, para finalmente ser todo?


El fin del trayecto no es un descubrimiento, sino una disolución. He viajado a través de eones y constelaciones, de preguntas y sueños, solo para llegar aquí, a este silencio que todo lo consume. Pero no hay desesperación en ello. Al contrario, siento una paz que no puedo explicar, como si en este fin estuviera el verdadero propósito de todo. Descansar en la certeza de que ya no hay más caminos, más luchas, más búsquedas. La Nada no exige, la Nada simplemente es.


Si la vida fue un sueño, entonces este es su despertar. No hay melodía final, no hay coda que encapsule su esencia. Solo este vasto y eterno vacío, que no necesita ser comprendido para ser aceptado. Al borde de la existencia, dejo estas palabras, no como un mensaje, sino como un último acto de afirmación. Porque incluso frente a la Nada, algo dentro de mí susurra que fue suficiente.


He llegado. Y eso, para mí me basta.


Bitácora encontrada en la nave de Taylor. Últimos escritos.

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