El primer motivo por el que no me gusta poner brackets es la falta de control sobre los movimientos. Mucho de los problemas que se tienen con los brackets son las fuerzas continuas de los alambres, el exceso de la fuerza que se le imprimen y la desmedida rapidez con que se mueven los dientes inicialmente. Todos estos factores influyen en la dificultad de planificar un tratamiento de ortodoncia de una manera previsible.
Un segundo motivo es la gran cantidad de tiempo de sillón que se emplea en la colocación de brackets, alambres, despegues y reposicionamiento. Parece que los casos no terminan nunca, como los pacientes con problemas de bruxismo o de apretamiento por tensión que despegan y rompen los brackets constantemente. Ello impide que el tratamiento vaya por el rumbo adecuado, retrasándose demasiado con el incremento del tiempo de sillón y los pasos hacia atrás que provocan esos percances. Ahora con el confinamiento que hemos sufrido este problema se ha agravado.
Un tercer motivo es que me resulta mas rentable la adquisición de material para alineadores que para brackets. Además de los tiempos de sillón aumentados de pacientes con brackets que incrementan los precios de los tratamientos, el material de ortodoncia con brackets sigue siendo caro en comparación con los materiales que usamos para los alineadores. Claro que esto es debido porque nosotros realizamos todos los pasos en la fabricación de alineadores, quitándonos de encima el pago a distribuidores de brackets, alambres y demás aditamentos de la ortodoncia metálica.
Un último motivo es que me parecen obsoletos. Es una ortodoncia de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se empezó a practicar en EEUU por Edward Angle. Por supuesto que todos los ortodoncistas le debemos bastante a E. Angle, ya que muchos de sus principios de trabajo son muy actuales, pero la ortodoncia digital es el presente de la ortodoncia. Cuando observo a gente adulta con brackets de ortodoncia percibo una sensación de algo muy anticuado que ha caído en desuso, como un Seat 600, que por cierto tiene su encanto.
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